Macedonia,  Reflexiones

Mi vida en números y mi amor en letras

Anoche me quedé dormida leyendo. Hoy a la mañana me desperté sola, sin alarma, a las 7am. Probablemente porque me había olvidado de bajar la persiana y me despertó la luz del sol.

Viaje
La vista desde la ventana de mi nuevo dpto

Hacía mucho que no me despertaba por una razón natural.

Hacía meses que me despertaban otras personas o me despertaba una alarma.

Hoy me despertó el mundo.

Salí a dar mi primera vuelta de ejercicios por Ohrid y la cabeza empezó a analizarme la vida.

Intento siempre estar presente y no dar todo por sentado, pero a veces es imposible. No porque esté sumida en la rutina, sino porque me adapto a todo y por lo tanto pierdo el sentido de lo distinto muy rápido.

Entonces, de vez en cuando, me auto-obligo a pensar las cosas objetivamente. Y ayer el análisis fue un poco más allá.

Ayer mi cabeza pasó por tantos recuerdos que hasta me quedé parada sin poder seguir caminando.

Nunca me voy a olvidar de lo que una amiga me dijo cuando éramos adolescentes y yo estaba en mi nube de pedos (la realidad paralela que quería convertir en mi futuro tangible): es que vos nunca vas a tener una vida normal. No podés tener una vida normal…por…por como sos.

Y a veces pienso que tengo una vida normal, pero después me acuerdo que acabo de alquilarme un departamento en Macedonia.

Existen dos formas de abordar la frase “acabo de alquilarme un departamento en Macedonia”:

1. Bueno sí…hizo plata…buscó un lugar barato y lo alquiló.

O

2. ¿Qué carajo estás haciendo ahí? Un departamento en Macedonia. MACEDONIA.

Mi vida tiene sentido y lógica si tenemos en cuenta que todas las decisiones a lo largo de estos últimos años me trajeron hasta acá; no es que estaba en mi laburo estable y rutinario en Argentina, un día me desperté y amanecí en Ohrid.

Pero…no dejo de estar en Macedonia.

Desde mayo de 2012 que me tomé mi primer avión con destino Nueva Zelanda he vivido más cosas que en los primeros 24 años de vida.

El 25 de mayo de 2012 me tomaba mi primer avión. Estaba cagada hasta las patas. Nunca había salido del país, nunca había estado en un aeropuerto (solo para grouppear a Oasis) ni había hecho ningún trámite muy complicado.

Viaje
En el avión, drogada, hacia Nueva Zelanda

Hoy, 24 de octubre de 2016, tengo en mi currículum aeroportuario un total de 21 vuelos tomados y amo los aeropuertos con todo mi ser (los amo tanto que les escribí una oda: Oda a los aeropuertos).

Hace 4 años había vivido en Junín con mis viejos y en Buenos Aiers. A 24 de octubre de 2016 alquilé “casa”, “cabina”, “casilla” y “departamento” por largo plazo en Nueva Zelanda, Australia y Macedonia; y viví trabajando a cambio de alojamiento en Corea del Sur y Escocia.

Hasta 2012 no había salido de Argentina, al 24 de octubre del 2016 estuve en 15 países.

Los números son una mera estadística que me recuerdan que estar acá, sentada en un departamento muy tranqui en Ohrid, trae aparejado un largo camino. No es que simplemente llegué.

Es muy fácil dar por sentado la realidad del momento. Lo difícil es entender todo lo que pasó para finalmente estar donde estamos.

Viaje
En Ohrid, Macedonia

No es que me olvide de lo recorrido en el sentido de que no lo quiera valorar, sino que, como dije antes, me acostumbro fácil. Soy un ser adaptable. Me ponen en un lugar totalmente desconocido y en dos días ya me siento una más.

Siempre soñé con ser políglota, y lo decía con firmeza, pero una cosa es decir y otra sentir realmente que va a pasarte. Hasta 2012 solo hablaba español e inglés; ahora sé leer y hablar un poco de coreano, sé leer cirílico, me puedo comunicar en italiano y sé como decir “hola”, “gracias”, “por favor” y “adiós” en más de 8 idiomas.

¿Cuántos cuadernos de viaje escribí, llené, rayé, quemé en estos 4 años?

Viaje
Mis cuadernos actuales

Muchos y a la vez pocos. Porque cuando me rodeo de gente prefiero hablar, y si hablo y cuento todo, me olvido de escribir.

Pero también viajé y pasé mucho tiempo sola. Ahí escribí.

¿Cuántas veces me enojé? ¿Cuántas veces lloré, me puse triste, me encerré y quise volver?

Solo una vez quise volver (y no lo hice). Cuando mi novio de ese entonces que estaba en Argentina (yo estaba en Corea), me dijo “ya no te amo más” via red social.

¿Cuántas veces lloré, sufrí y quise mandar todo a la mierda?

¿Cuántas veces se me cerraron las puertas? ¿Cuántas veces soñé con frenar el tiempo o volverlo atrás?

Muchas.

Pero las veces que sonreí, que fui feliz y lloré de felicidad, le ganan por goleada.

Muchas veces me quiebro en viaje. Porque me canso, porque me sobre paso, porque estoy en un constante tire y afloje entre lo que quiero hacer/ser y los fantasmas que me persiguen de la que tuve que ser hasta que me fui y los miedos ajenos que aún se proyectan en mi.

Bajo la vara ajena puede que no sea feliz, o depende de quién lo mire. Hay gente que elije mirar solo que viajo, independientemente de lo que sufrí para hacerlo, lo que me costó y el sacrificio que aún hoy sigo haciendo.

Otros piensan en que como no tengo ningún bien material, ni me compro ropa nueva ni salgo a restaurants todo el tiempo (excepto ahora en Macedonia que comemos todos los días afuera porque es EXTREMADAMENTE BARATO), entonces no soy feliz.

¿Qué es ser feliz igual? Ser feliz es ser. Es vivir y darte cuenta que estás vivo y que lo que te rodea es increíble, independientemente de dónde estés. Independientemente de cualquier otra cosa.

Ser feliz es también sentir, y sentir fuerte.

Amé mucho viajando. Tal vez un segundo. Amé un momento, un paisaje, una palabra. Amé a muchas personas.

Amé historias que nunca fueron.

Igual de fuerte que amé, odié. Pero por suerte no con la misma frecuencia.

Por suerte siempre amé mucho más.

Amé la primera vez que fui a un cajero en el exterior. Llegué a Nueva Zelanda (el primer país al que viajé en mi vida), quise sacar plata y buscando un cajero, vi que todos estaban en la vereda. Viniendo de Argentina, eso era una locura. No lo creía, me metí a los bancos buscando cajeros adentro y para mi sorpresa no existía. Te parabas en la vereda y sacabas la plata ahí, con la gente pasando atrás tuyo. Esa primera vez (y tal vez las 5 posteriores) saqué la plata con un ojo al frente y uno en la nuca. Y después me reí.

Viajes
Toda newbie de los viajes, recién llegada a Nueva Zelanda en mayo de 2012

Amé la primera vez que hice dedo sin querer.

Amé el primer café que me compré con mi sueldo de trabajadora de campo.

Amé mi primer día en un hostel. No entendía cómo había tanta gente de tantos países todas en un mismo lugar.

Amo pensarme en mis primeros meses de viaje. Me amo a mi misma estallando de la felicidad porque en la misma habitación había una persona de Japón, una de Inglaterra y una de Francia.

Amé la forma en que la cabeza se me abrió y entendí que al final la vida era lo que yo pensaba que era: mía.

Me enamoré de la primera montaña que escalé, del primer sueldo que cobré y de la primera remera que me compré por cincuenta centavos de dólar.

Viajes
Subiendo la montaña

Amé la convivencia con muchas personas. Amé perder el espacio personal y tener que adaptarme a costumbres que jamás me hubiese imaginado.

Amé al francés que me hizo suya en Australia un mes y que me hizo entender (aunque a veces me sigo olvidando; “a veces”, por no decir “casi siempre”) que mi verdad no es la verdad para todo el mundo. Y lo amé porque me hizo aprender a dejar ir. A disfrutar lo efímero, amarlo hasta el último segundo y olvidarlo al día siguiente.

Lo amé porque se fue, porque nos dejamos, porque yo no quise volver, pero mientras estuvimos, no existía nadie más. Era amar la pureza de saber que se iba a terminar. (Acá la historia completa, para los chusmos: La entrega).

Y entonces aprendí a amar recuerdos con cariño y no con nostalgia. Aprendí a valorar a las personas que me crucé y agradecer que se hayan cruzado en mi vida, en vez de pensar en por qué ya no están más.

En estos 4 años y medio de viaje amé más de lo que creí posible. Viví 5 vidas más de la que hubiese vivido si no viajaba.

En estos 4 años y medio de viaje fui la persona más inestable que conozco. No porque viaje, sino porque soy intensa por naturaleza y si me gusta amo y si no me gusta, odio. Y viajar es lo más intenso que me pasó.

Pero lo amo. Y me amo a mí misma de viaje, aunque a veces en la superficie me esté odiando.

Soy como la señora de la película Alguien tiene que ceder cuando está en la cama escribiendo el guión: por un segundo rompe en llanto, después estalla en carcajadas y después llora de felicidad.

Desde hace 4 años y medio que mi vida es una colección de situaciones, alojamientos, trabajos, paisajes, países, personas y culturas.¿Cuántos países visitaste? ¿Cuántos aviones te tomaste?

Pero más allá de los números (que son inevitables porque yo misma calculo insconcientemente) mi vida es un constante amor por lo que es ahora y por lo que pueda llegar a venir.

Mi años de viaje se pueden resumir muy fácilmente en números, pero ese amor que produce viajar, solo se puede vivir.

17 Comentarios