kuala lumpur
Asia,  Engordemos exóticamente,  Malasia

Jalan Tun HS Lee, el restauran de Kuala Lumpur

Cuando llegué a Kuala Lumpur, entre que estaba totalmente pasada de rosca, ebria, preocupada por no terminar en cualquier lado, y agotadísima, no tuve tiempo de asimilar el entorno (más allá que anduve en tren unas largas horas).

Al día siguiente, cuando Titín Jones me dijo A EXPLORAR SOQUETA, salí de mi encierro en el condominio lujoso y empecé a caminar por la autopista camino a la estación para tomarme el tren hasta el centro.

Hacía más de un año que no volvía a un país tercermundista. Y la realidad es que… me encanta. No es que no valore las cosas buenas de un país primermundista, pero si hay algo que suelen perder estos países es lo humano.

Sí, Kuala Lumpur tiene partes que están super sucias, el río de al lado de casa está podrido y lleno de basura, hay demasiados olores todos juntos (no “aromas”, sino olores, fuertes), el tránsito suele estar desorganizado, pero en Malasia hay personas.

No digo que en los países primermundistas, porque los políticos hacen su trabajo y las cosas funcionan como corresponde, quiere decir que no haya personas. Pero la realidad es que, cuanto más te sobra, menos valorás. No dar las cosas por sentado te hace más realista.

Pero en fin, volviendo al punto.

Llegué a la estación, me tomé el tren y a los 45 minutos caí en el centro. Hacía un calor insoportable y si bien tenía ganas de caminar, más ganas tenía de algo fresco. También tenía hambre, pero cuando hace calor el hambre no es tan prescindible. La urgencia era un vaso de algo.

Empecé a caminar en dirección a China Town porque ahí está la oferta comestible y bebible más atrayente para backpackers roñosos como una. Si hubiera estado en Seúl, mi dirección hubiera sido: la convinience más cercana, pero aparentemente el Sudeste Asiático es barato (aunque Malasia , en teoría es uno de los más caros) así que decidí darle una oportunidad y hacerme la capa de “¿Street food? No chiquito (?) yo me voy al restaurant a comer” (que igual me re va la street food eh…pah…TODO…COMIDAAAAAAAAAA).

En fin.

Después de caminar un rato, di la vuelta a la esquina y terminé en el restaurant más famoso (para mí debería serlo) de Kuala Lumpur.

Fue el primer lugar vacío que vi y me hizo sospechar. No por la apariencia, sino por ser el primero en estar apenas ocupado. ¿Será que ni a los locales les va?

uedé un rato parada afuera pensando, tratando de ver los precios desde lejos y cuando quise acordar, llegó una horda de varias personas y empezaron a ocupar todo. Entre indios, malayos, iraníes, fueron agarrando una a una las mesas hasta que solo quedaba una silla en una de las mesas largas. Es la mía, pensé, y me senté.

Esto de viajar hace que uno se adapte a absolutamente todo. Hace exactamente una semana estaba comiendo una samgyeopsal (parrillada coreana) en un restaurant re top del barrio Hongdae (que supo ser mi hogar durante 10 meses) en Seúl (porque los amigos coreanos me invitaron, a modo de despedida) y ahora estaba acá: una esquina del barrio chino de Kuala Lumpur, compartiendo mesa con unos viejos indios que me decían hi y me guiñaban el ojo.

Antes de sentarme, solo había prestado atención a que el lugar estaba medio vacío y a la lista de precios (¡que era la mega gloria del señor todo poderoso y omnipresente (?)). Una vez en mi mesa y con el menú en mano, me puse a observar el entorno.

La cocina estaba a la vista, y se podía ver al muchacho (?) encargado de amasar las rotis, un malayo muy bonito *recuerda con ojos soñadores* (?)…(perdón, es que la comida, el alcohol y los hombres me pueden…parezco un hombre…qué vergüenza…bueno en fin). Obviamente que, con la misma mano que acababa de secarse la transpiración de la frente, agarraba la masa, pero todo bien.

Las meseras eran dos señoras malayas musulmanas super simpáticas que no hablaban inglés y un malayo que tampoco hablaba inglés y que tenía la cara de más buena persona sobre la faz de la tierra.

La puerta del baño estaba abierta y en el primer análisis pude concluir que hacía mucho, tal vez desde el baño del tren Junín – Retiro que no veía algo tan sucio. Me reí.

Era la única extranjera, el resto eran todos locales (descendientes de distintas nacionalidades). Me encantó.

El ambiente estaba sofocante. Si bien el restaurant está como “al aire libre” éramos muchos adentro y todos los demás que ese día compartían la comida conmigo, tenían pinta de venir de laburar todo el día. Algunos con ropa de construcción, otros con pinta de tener negocio en China Town, y después yo, la backpacker  que estaba completamente más chivada que todos los hombres juntos. Juro que me dio vergüenza compartir mesa…por mí, que era un asco: el pelo todo pegado y me transpiraban hasta las uñas. Me había bañado a la mañana pero igual, hacía mucho que no estaba con tanto calor.

Pero en fin.

Elegí mi comida. No tenía mucha idea (hasta ese momento) así que me pedí una roti cheese y el Teh Tarik que era lo único que sabía que tenía que probar sí o sí.

El mesero malayo no me entendía demasiado, pero entre señas y todo logramos comunicarnos, y con una sonrisa se fue a preparar mi té y decirle al de la cocina que la gorda (?) quería una rotis de queso y huevo. O sea, estoy en Kuala Lumpur… DEME MIL ROTIS SEÑOR.

Al rato, me trajo el pedido.

Los cubiertos los ponen todos juntos en una especie de vaso. Acá tampoco se usan cuchillos, todo se corta con cuchara: pinchás con el tenedor, separás con la cuchara (incluso el pollo eh). En Corea usaban tijeras…estos asiáticos son lo mejor de la humanidad.

En fin, el vaso con los cubiertos estaba en el medio de la mesa. Esperé a que todos los indios e iraníes eligieran los suyos y después agarré lo único que quedaba: dos tenedores. Que igual mejor, creo que corto mejor con tenedor que con cuchara. Debo perfeccionar mi técnica. Si ahora como con palitos cual campeona, pienso irme de Malasia cortando matambre con cuchara.

El primer sorbo de Teh Tarik fue un camino de ida. Decidí tomar uno todos los días hasta que me vaya. La rotis estaba exquisita, pero extremadamente exquisita. Y no creo que sea solo por ser exageradamente barato (comí por la misma cantidad que en Corea me hubiera comprado un agua y un paquete de chicles).

Cuando iba por la mitad de mi té, de la mesa de al lado, un señor malayo todo barbudo y también con cara y pinta de haber laburado todo el día en algún lugar que supo ensuciarle toda la ropa, se para de la mesa super enojado señalando su té (el mismo que estaba tomando yo) y empieza a gritar en malayo. El que aparentemente es como el capo del restaurant, se acerca y el malayo sigue gritando y haciendo cara de asco, secándose la boca frenéticamente con un pedazo de toalla cortado y señalando la taza.

Llaman al mesero (que es el que lava las tazas en una canilla ahí al aire libre, primer metiéndolas todas juntas en unas palanganas) y claro, por lo que pude ver, la taza estaba super sucia y había algo ahí flotando que no quise saber qué era.

Miré mi té, que ya estaba por la mitad, miré todo a mí alrededor y pensé (haciendo estadísticas) que una mosca flotando podría ser, en realidad, el menor de los problemas. Además el té estaba riquísimo. Y ya iba por la mitad.

Fue un minuto en que todo el resto de las mesas miró su propia taza, seguro hizo la misma reflexión que yo, y siguieron comiendo.

Terminé de comer, me acerqué hasta la caja a pagar y me fui.

Al día siguiente, fui con mi host a un restaurant en las Petronas (donde las rotis estaban casi al triple) y la verdad que el sabor fue super insulso. ¿Será que la transpiración malaya es el condimento mágico?

Estando con mi host en el shopping, compartiendo el ambiente con la típica europea toda rubia y diosa total, vestida de blanco, con su novio en bermudas, camisa y gorro de paja, pensé en la cantidad de días que comería con la plata que se estaban gastando en una comida, que tranquilamente podían conseguir a dos cuadras a un precio muchísimo más barato y encima, mucho más rica.

Esa noche pensé en, honestamente, ¿cuál es el punto de viajar a otro país y comer en el shopping, con todos extranjeros? Obviamente que la clase pudiente también forma parte de la sociedad y está bueno experimentarlo, pero ¿y el resto qué?

Los shoppings son los mismos en todo el mundo. Y encima todos los shoppings venden comida exótica. La misma rotis que te comiste en el shopping de Kuala Lumpur la vas a poder comer en el shopping de Londres en un restaurant todo ambientado que diga Viva Malasia.

Afuera de la burbuja del viaje en tour, está la verdadera esencia de un país.

Al día siguiente me levanté, desayuné, escribí y para el almuerzo llegué al restaurant de Jalan Tun H.S. Lee.

A lo lejos vi al mesero que estaba lavando distraídamente las tasas. Cuando hicimos contacto visual, se acercó, le pedí mi rotis del día y mi Teh Tarikque si viene con mosca incluida, mejor.


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5 Comentarios

  • Noe Telipko

    La risa que di con esto “[…] pienso irme de Malasia cortando matambre con cuchara. […]” no tiene precio. En el trabajo me miraron como se mira a una persona en la calle que habla sola. (Me ha pasado, así que ya estoy acostumbrada)
    Que grande Titín, acá seguiré a la espera de un próximo post sobre Malasia.
    Un gran abrazo.

  • Alex Ferrero

    no tienen desperdicio tus relatos titin! hace 1 semana exactamente vagando por las calles de Taganga, Colombia me propuse comer en un lugar donde comen los lugareños. Rechacé todo el día las invitaciones abusivas de los vendedores colombianos y por la noche me fui solo a comer en un lugar que improvisaba ser un restaurante (en realidad era la casa de un vendedor ambulante).

    Llegué a la misma conclusión que vos, ¿para qué ir a otro país y comer en un shopping o en una cadena de comidas rápidas si la esencia está en el común de la gente?

    Uh, me dieron ganas de escribir. Me voy pero volveré! 🙂

    Saludos Angie!