a mí misma perdón
Reflexiones

A mí misma perdón.

Estoy haciendo un duelo de una parte mía.

Voy a ir de atrás para adelante para dar contexto. Me hice una resonancia esperando un resultado fatalístico que explicase el por qué de tan complicada recuperación. Esperando saber qué era exactamente lo que estaba cagado para poder enfocar el tratamiento en esa zona en particular y dejar de ir a la kinesióloga sin que ni ella ni yo supiésemos exactamente dónde ni qué hacer, porque básicamente me molesta toda la zona.

El resultado fue, efectivamente, fatal. Pero no por lo que decía. La resonancia me decía que tenía, entre otras cosas porque tengo de todo, microfracturas. No es que esperase leer la palabra “fracturas” pero obviamente presentía algo más que una hinchazón que no bajaba.

El tema es que yo interpreté que estas microfracturas se me habían hecho a lo largo de estos meses de cuidado descuidado. Porque un mes me decían que ande en bici y no camine. Otro que camine y no haga bici. Que me ponga hielo. Que en realidad en el fondo da lo mismo, porque el hielo sirve solo cuando apenas te lastimás.

Pero fui al traumatólogo con los resultados y acá viene lo que me terminó de romper psicológicamente. Fue el final no esperado pero capaz lógico de algo que había empezado a asumir sobre mi misma y a intentar resolver.

Ah pero… cuando me dijiste que te habías esguinzado, en realidad te habías fracturado ¿no?

¿Qué?

Las microfracturas están de esa lesión, ya se soldó todo solo pero en ese momento, ¿te golspeaste, cómo fue?

No no, o sea iba corriendo y me torcí.

¿Sentiste un crack no? Porque ahí fue la fractura.

Es que no sé… no me acuerdo y no sé, había mucho ruido si hizo un crack no escuché.

Claro… ¿y qué hiciste después?

Al día siguiente caminé 25km… y caminé 700km más en total.

Cuando yo creía que me había esguinzado, me había fracturado.

Todos estos meses yo venía asumiendo e intentando procesar cómo mi mente es tan poderosa pero a la vez muy bully de mi cuerpo. Que me “obliga” a hacer cosas a pesar del dolor por la autoexigencia de no poder permitirse ser débil.

Venía trabajándolo.

Venía intentando integrar cómo, a pesar de tener un dolor inmenso, igual mi cabeza me había dicho “vos seguís”. Recobré recuerdos de la infancia de donde probablemente venga esta auto-exigencia que tiene que ver con no decir esta boca es mía cuando algo me duele. No llorar. Estar siempre fuerte. No quejarme. No ser una molestia.

Estaba en proceso de perdonarme, porque más allá de venir de la infancia, el año pasado fui yo.

Fue mi decisión obligarme a terminar algo porque lo había empezado y la gente fuerte no abandona.

Abandonar es de nena molesta inservible incapaz.

Que cuando la gente al rededor me preguntaba cómo estaba o si me dolía yo sonreía lo más que podía y decía que “y si un poquito” cuando después me veían renguear porque no podía ni pisar del dolor. Aunque “no pudiendo pisar del dolor” caminé los últimos 200km.

Estaba intentando asumir, en la parte positiva, que evidentemente mi cabeza tiene un potencial espectacular que enfocado en una buena dirección me puede ayudar a conseguir millones de cosas porque la forra es muy fuerte. Que bueno, que sí que me había dolido mucho pero “tampoco era tan grave ¿no? Era solo un esguince y después una lógica tendinitis por no reposar”. ¿No? Bueno no.

Me había fracturado. Y, mientras escribo esto lloro porque me duele acordarme y me duele asumirlo pero si no se pone luz en la oscuridad no se sana. Lloro, por lo que me hice. Que no me lo hice a mí hoy, se lo volví a hacer a esa nena que nunca quería molestar cuando algo le dolía.

A la que hacía todo el esfuerzo del mundo para no quejarse. A la que auto torturé, flagelé y le eché la culpa cuando hacía algo mal o se mandaba una cagada.

A esa nena hice caminar muriéndose del dolor con una fractura 700km.

Quiero entender la adulta irresponsable que fui de mi misma.

La fractura es un simbolismo. Porque da lo mismo, así hubiese sido “solo un esguince” o una simple torcedura, me dolía y punto. Escribir esto es una obviedad pero no lo era para mí.

Tengo derecho a que me duela y tengo derecho a parar. Y eso no dice nada malo de mí. Ni soy menos.

La vida es mágica, porque este era un conflicto interno que venía aflorando en mí desde hacía unos años. Que la culminación haya pasado como pasó tan gráficamente, tan intenso y literal, parece una poesía. Parece una película.

Un libro con principio, nudo y un desenlace clarísimo. Cantado.

Agradezco los aprendizajes. Siempre. Agradezco tener ahora la madurés de interpretarlo, interpretarme y con suerte sanar.

A veces esperamos el “quiebre” que nos haga finalmente superar algo estancado. A mí me tuvo que pasar literal. El quiebre que marcaba el antes y el después pero, sobre todo, la no vuelta atrás.

Es una etapa que empezó su cierre. Aún me avergüenza tener que mirarme a los ojos después del descuido y el auto-maltrato al que me sometí, pero evidentemente es por acá.

A mí misma perdón.



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Un Comentario

  • Nataly Moreno

    Te abrazo Angie. Gracias por compartir tu vulnerabilidad, es un tesoro. Lo que más me quedo pensando es en la glorificación del dolor que tenemos como sociedad, que si duele es más valioso, un mejor logro y nos eleva moralmente o algo así. Es muy injusto con nosotras mismas, como si querer que deje de doler fuese cobardía o debilidad cuando solo es humanidad, ¿qué más humano que sabernos vulnerables? ¿que saber que necesitamos cuidado, descanso? Si algo he aprendido el último tiempo es que del dolor se aprende, pero no solo del dolor, del cuidado y del placer también se aprende.

    PD: El titín libro es una maravilla, voy a la mitad y estoy haciendo un esfuerzo muy grande para leerlo de a poco y que no se acabe tan rápido jajajaj Gracias por tanto!!